“Podemos poner la sangre en un Tupperware y dejarla en el refrigerador. Chupar un poco y arrojar el cuerpo es… tomarse la vida con demasiada liviandad, ¿no crees?”-Sang-hyun (Song Kang-ho)
Hay directores que sencillamente o te atrapan o te dejan completamente fuera, que logran que los ames o que los odies, sin dejar prácticamente opción al término medio. Park Chan-Wook podría ser perfectamente uno de esos directores y uno con lo que menos claro tengo en qué posición me sitúo. El coreano realizador de la famosísima `Old Boy´ (Oldeuboi, 2003) no es sin duda amante de la contención, y sus propuestas suelen ser tan excesivas que pueden resultar tan disfrutables como insoportables, dependiendo de la sensibilidad de cada uno (la sensibilidad, algo de lo que depende completamente el lenguaje tanto en lo que concierne al emisor como al receptor, y de lo que sin embargo se habla muy poco). Sin duda el caso de `Old Boy´ es especial, pues una obra tan poderosa que casi nadie pone en duda su maestría (alguno hay…). Y aún con todo yo tuve que verla dos veces para tener claro que me gustaba (o que me encantaba, mejor dicho).
Y es que hay que entender una cosa: estamos tan acomodados a ver películas que siguen a rajatabla el esquema “made in USA”, aunque no estén hechas allí, que nos cuesta horrores ver otro tipo de cine, y que muchas veces nos dedicamos a tachar de malo lo que sencillamente es diferente, cayendo en la trampa de alimentar nuestra propia ignorancia (ya de por sí bastante obesa). No se trata tampoco de decir que algo es bueno porque es raro, pues esto es un arma de doble filo, sino de establecer un criterio en cuanto a este tipo de cine como lo hacemos con el resto. Personalmente, en un principio no he sabido nada bien cómo reaccionar ante `Thirst´, ¡pero este es un tipo de desconcierto saludable! ¡Incluso agradable! No soporto a los que son tan sentenciaros con todo, los que dicen “esto es una mierda, y punto”, los que son incapaces de darle una segunda oportunidad a una película, sin entender que un film no es nunca un valor absoluto y que las películas que vemos cambian en la medida en que cambia nuestra forma de verlas.