*Blando: Débil de carácter, falto de energía o severidad.
*Sentimental: Que contiene elementos que emocionan o conmueven, expresa sentimientos de amor, pena o ternura.
Del mismo modo que no es lo mismo ser romántico que ser un meloso, no es lo mismo ser blando que ser sentimental, dos características que muy unidas a la hora de juzgar el carácter de las personas —guste o no guste el mostrar los sentimientos es visto en muchos sitios como síntoma de debilidad—, pero que a la hora de juzgar las cualidades de un relato ya sea cinematográfico o de cualquier otra naturaleza no están necesariamente relacionados. ¿La razón? Pues además de evidente, me parece bastante razonable: una película sentimental puede tener fuerza, garra y pasión a la hora de reflejar cierto qué tipo de sentimientos —amor, dulzura, ternura…— que suelen ser relacionados con ese tipo de blandenguería o temáticas empalagosas. Porque en el cine, lo que cuenta es la fuerza narrativa, de cómo contar la historia, no lo supuestos puntos flacos de la historia en sí.
Todo esto, como el lector avispado habrá podido prever, viene a cuenta de la reciente `War Horse´ (id, Steven Spielberg, 2011), que ha venido precedido de no pocos comentarios exceptivos tachando la trama de la película de bobería, cursilada o infantiloide, y ha servido para que los detractores del veterano director —que son más de los que en un principio hubiera podido sospechar— hinquen bien el diente, tachándolo alegremente de realizador blandengue y edulcorado que busca siempre la lágrima fácil a toda costa. Como fan incondicional de Spielberg, al que considero merecidamente uno de los mejores directores de la historia, uno no puede más que quedarse estupefacto. No es este texto, no obstante, una carta de defensa enfurecida hacia la obra de este hombre —que creo que se defiende bien solita—, sino una reflexión acerca de algunas diferenciaciones en lo que se refiere a una utilización de términos que creo equivocada, más allá de la opinión de cada uno.
Porque
cuando yo digo, por ejemplo, que `UnLugar para Soñar´ (We Bought a Zoo, Cameron Crowe, 2011) me parece una cinta excesivamente blanda y edulcorada
no me refiero a que maneje sentimientos bondadosos o bienintencionados o a que
quiera ofrecer un relato esperanzador sobre la familia y lo maravilloso que es
el mundo. Todo eso es tan lícito como que otras historias nos cuenten que el
mundo es una mierda o que no hay lugar para la esperanza. La clave está en el “cómo”. Y es que el problema de la película de
Crowe, es que en lugar de esforzarse por construir un relato lo suficientemente
sólido con esa serie de elementos, lo que hace es dedicarse al discurso, a la
propaganda de libro de autoayuda —la misma que despide el resto de su
filmografía— dejando el único acierto del film en los esforzados actores, y
buscando la complacencia a toda costa —imágenes bonitas que son postales vacías,
frases grandilocuentes que no significan nada…—. O sea, me parece floja
narrativamente hablando.
Pongamos
otro ejemplo reciente: cuando yo digo que la saga iniciada con `Crepúsculo´ (Twilight, Catherine
Hardwicke, 2008) me parece una bobada
empalagosa para adolescentes no lo digo por el carácter romántico de la
cinta en sí, no tengo nada en contra de los SENTIMIENTOS que intenta reflejar, ni con que esté dirigida a un público juvenil. Hay obras maestras
románticas y hay obras maestras del cine juvenil, y no es impensable que ambas
cosas puedan encontrarse unidas, ni tampoco es un problema de que sea cine
comercial —como producto comercial no tengo duda de que cumple su objetivo, y
he comprobado que su público disfruta viendo a los atractivos actores
diciéndose cuánto se quieren y suspiran con cada beso—. El problema es limitar completamente su forma artística en favor de una
atractiva forma comercial de fácil consumo: no trabajar la profundidad de
sus personajes, no trabajar su drama interno o su evolución, y no trabajar la
manera de poner todo esto en imágenes de forma emocionante. En otras palabras:
no hacer el trabajo suficiente para hacer que yo como espectador sienta empatía
con esa historia y sus protagonistas, que me importe que superen todos los
obstáculos y estén juntos como sí me importaba con Jack y Rose en la magistral `Titanic´ (id, James Cameron,
1997).
Volvemos
otra vez a lo mismo: lo importante no es el qué, sino la manera de llevarlo a
cabo. Si como espectador tienes problemas con cierto qué tipo de temáticas o
argumentos es un límite que te impones tú. Claro está que siempre habrá tipos
de películas que atraigan más a un tipo concreto de personas, y al contrarío,
pero para lo que aquí nos importa, que es el cine, la ficción es ficción, y lo importante es el buen funcionamiento de
una película como historia, no siendo necesariamente realista —cada historia
tiene derecho a ofrecer su propio punto de vista sobre el mundo— pero sí resultando
creíble. Esa es la clave. Y eso se
consigue con una buena utilización de
las herramientas cinematográficas, que debe de funcionar dentro del tono y
las pretensiones adecuadas del relato, y la cual justifica que yo me pueda
creer un romance entre dos jóvenes de mundos diferentes —el esquema “Romeo y
Julieta”, más básico imposible— en `Titanic´ gracias al buen hacer de James Cameron pero me sea imposible tragármelo en `Crepúsculo´, donde la mayor parte del tiempo veo a dos modelos sin
demasiado interés posando y diciéndose cosas bastante tontas mientras suena de
fondo música de moda.
Un
problema parecido ocurre en `Un Lugar
para Soñar´, en la que Crowe crea un retrato familiar insultantemente
idílico, y siendo especialmente difícil detectar algo de humanidad en un relato
que parece por momentos un anuncio publicitario. Si algo resulta creíble es por
el esfuerzo de los actores, no por el trabajo del director. Y he aquí que el
concepto de la película podría ser el mismo que el de muchas películas de Spielberg —drama familiar que acaba
felizmente—, pero las cualidades de ambos directores hacen que sus películas
estén en las antípodas, pues Spielberg es capaz de hallar veracidad en lo que
está contando, aunque parta de un hecho tan inverosímil como la amistad de un
joven y un caballo y un joven durante la I. Guerra Mundial. Una mentira que le
sirve, como narrador, para hablar de verdades —o las que él cree verdades—: el
amor, la amistad, la bondad, la inocencia, la muerte, la amargura, el horror y
el absurdo de la guerra—esos dos soldados trabajando codo con codo para liberar
al caballo—. Lo hace con coherencia dentro de un marco de cuento infantil con
la cierta ingenuidad que ello conlleva, pero poniendo auténtico sentimiento en
ello. Así, en cine, una verdad puede
convertirse en mentira y una mentira en verdad, gracias a las cualidades del
realizador.
Por tanto —y aquí ya sí que me estoy metiendo más en mi manera personal de ver el mundo— no puedo más que preguntarme si cuando se ataca a Spielberg con adjetivos como “empalagoso” o “excesivamente sentimental” se hace realmente señalando sus defectos como narrador o son muestra de un cierto prejuicio con ciertas temáticas y tics que tiene como realizador. ¿Es Spielberg tan manipulador como se le achaca o simplemente es un creador fiel a una serie de elementos que pueblan su cine —la perspectiva infantil e inocente del mundo, por ejemplo—? A mí la ejecución de los dos hermanos alemanes en `War Horse´, me parece bastante al contrario muestra de una casi cruel sutileza. Es tan amarga y real como la vida misma, como tantos y tantos momentos que nos ha dejado este hombre, que bien ha demostrado que sabe reflejar perfectamente el dolor y el sufrimiento en cintas como `Salvar al Soldado Ryan´ (Saving Private Ryan, 1998) o en la desgarradora `Munich´ (2005). Con lo cual, considero que esa asociación Spielberg-Pastelón está más arraigada en unos prejuicios puros y duros que en verdaderos motivos fundados, y más concretamente por una película con la que —o al menos eso me han contado— en su época de estreno toda la gente que iba a verla salía llorando a chorros: `E.T., el extraterrestre´ (1982). Diría que más de uno aún está resentido por ello…
Por tanto —y aquí ya sí que me estoy metiendo más en mi manera personal de ver el mundo— no puedo más que preguntarme si cuando se ataca a Spielberg con adjetivos como “empalagoso” o “excesivamente sentimental” se hace realmente señalando sus defectos como narrador o son muestra de un cierto prejuicio con ciertas temáticas y tics que tiene como realizador. ¿Es Spielberg tan manipulador como se le achaca o simplemente es un creador fiel a una serie de elementos que pueblan su cine —la perspectiva infantil e inocente del mundo, por ejemplo—? A mí la ejecución de los dos hermanos alemanes en `War Horse´, me parece bastante al contrario muestra de una casi cruel sutileza. Es tan amarga y real como la vida misma, como tantos y tantos momentos que nos ha dejado este hombre, que bien ha demostrado que sabe reflejar perfectamente el dolor y el sufrimiento en cintas como `Salvar al Soldado Ryan´ (Saving Private Ryan, 1998) o en la desgarradora `Munich´ (2005). Con lo cual, considero que esa asociación Spielberg-Pastelón está más arraigada en unos prejuicios puros y duros que en verdaderos motivos fundados, y más concretamente por una película con la que —o al menos eso me han contado— en su época de estreno toda la gente que iba a verla salía llorando a chorros: `E.T., el extraterrestre´ (1982). Diría que más de uno aún está resentido por ello…
¿Y qué
tiene de malo? Emocionar, conmover o
hacer llorar a una persona —y esto es algo que todas esas personas que
sueltan con ligereza expresiones como “lágrima fácil” o “manipuladora” obvian
bastante— es una de las cosas más
difíciles de hacer, y precisamente por ello no considero el que una
película sea sentimental o que busque jugar con los sentimientos del espectador
como una debilidad, sino como un enorme reto, al menos hacerlo bien. Y es que
cuando se le achaca a una película de estas características el ser
“manipuladora” —curiosamente no tanto a las que buscan otras cosas como hacer
reír u otro tipo de emociones— se obvia que la tarea de un director es
precisamente la misma que de la un mago: hacer el truco sin que se note, para
lograr sorprender y manejar a su antojo al espectador. En ese sentido Spielberg,
o Cameron, me parecen auténticos maestros, directores herederos de los
realizadores más veteranos que entienden los mecanismos cinematográficos a la
perfección y son capaces de lograrlo, a los que no creo que puedan achacársele
la falta de carácter o energía en su cine, aborden la temática que aborden. ¿Entonces qué tiene su cine de blando? ¿Por
qué tanto reproche a sus formas?
Quizá es fruto de los tiempos en que vivimos, quizá el cine tenga que evolucionar y encontrar otras maneras de llegar al espectador —de hecho lo hace, como por ejemplo con los diálogos autoconscientes, tan de moda en el cine independiente—, pero yo no puedo más que reivindicar, que incluso en estos tiempos tan amargos y escépticos, en los que el toque oscuro y realista se empieza a llevar en casi todas las producciones de entretenimiento —Christopher Nolan sentó cátedra con `El Caballero Oscuro´ (The Dark Knight, 2008) y ahora hay que aguantar a todos los que intentan imitarle— la función del mago, del creador de ilusiones en el cine, es quizá más necesaria que nunca, aunque apuestas tan clásicas y soñadoras como `War Horse´ o `Super 8´ (J.J. Abrams, 2011) —capaces de basar el clímax final en un tierno reencuentro familiar con símbolos de una carga emocional poderosa (la medalla heredada de un padre a un hijo que vuelve al hogar, un colgante que es el último recuerdo de un joven de su madre fallecida) — tengan que vérselas con un tipo de espectador no muy dispuesto de dejarse llevar, y parezcan destinadas a no encontrar su público, a ser minusvaloradas.
Al menos su existencia sirve como pequeño recordatorio de que la función del cine no es, o no debería de ser, exclusivamente la de ser un pasatiempos ruidoso y descerebrado en los casos del “cine de entretenimiento” o un cruel y certero reflejo de nuestra amarga realidad y de lo miserable de nuestra naturaleza en el caso del “cine serio” —algo de lo cual directores como Spielberg tampoco tienen ningún tapujo en hablar, como ya ha demostrado con `Munich´ o `La Guerra de los Mundos´—, sino que muchas veces tiene la capacidad de ser una ventana a otra realidad que nos devuelve la capacidad perdida de soñar. Películas que reflejan con una efectividad emotiva pasmosa una realidad soñada, en la que el final feliz no es algo regalado sino fruto de esfuerzo y mucho dolor, incluso muchas veces es una felicidad amarga debido precisamente a todo lo sacrificado por el camino. Esa son, como decía Sam (Sean Astin) en su conmovedor discurso de `Las Dos Torres´ (Peter Jackson, 2002), las historias que logran llegarle a uno al corazón, relatos que nos hacen creernos mejores de lo que en realidad somos ni nunca seremos, pero que nos impulsan al menos a seguir intentándolo porque ese intento no está exento de significado y de valor.
Pues
por la misma razón por la que `Titanic´
(James Cameron, 1997), una historia de amor trágico en el sentido más grandilocuente
de la palabra, es una de las películas más taquilleras y famosas de la historia
pero hoy en día cuesta horror encontrar
a alguien que no diga que es una cursilada o excesivamente sensiblera y
sobrevalorada. Porque las percepciones del público han cambiado bastante, y
hoy por hoy vivimos una época TREMENDAMENTE
cínica, afectada además por la supuesta “ventana al conocimiento” que ha
supuesto internet —que ha dado como origen sujetos más perspicaces y poco
susceptibles, por no decir directamente amargados—, en la cual que una película
te emocione o te haga llorar es poco menos que una deshonra, un insulto a la
inteligencia del individuo que intenta ser más listo que el mago/realizador. Hoy
en día, siguiendo con la metáfora del truco de magia, pareciera que el público
no fuera realmente a disfrutar y dejarse llevar por espectáculo, sino a detectar el truco y despedazarlo,
demostrando su superioridad intelectual —no hay más que ver la cantidad
garrafal de videos que hay en youtube basados en sacarle fallos a las
películas, algunos divertidos, otros ni eso—.
Quizá es fruto de los tiempos en que vivimos, quizá el cine tenga que evolucionar y encontrar otras maneras de llegar al espectador —de hecho lo hace, como por ejemplo con los diálogos autoconscientes, tan de moda en el cine independiente—, pero yo no puedo más que reivindicar, que incluso en estos tiempos tan amargos y escépticos, en los que el toque oscuro y realista se empieza a llevar en casi todas las producciones de entretenimiento —Christopher Nolan sentó cátedra con `El Caballero Oscuro´ (The Dark Knight, 2008) y ahora hay que aguantar a todos los que intentan imitarle— la función del mago, del creador de ilusiones en el cine, es quizá más necesaria que nunca, aunque apuestas tan clásicas y soñadoras como `War Horse´ o `Super 8´ (J.J. Abrams, 2011) —capaces de basar el clímax final en un tierno reencuentro familiar con símbolos de una carga emocional poderosa (la medalla heredada de un padre a un hijo que vuelve al hogar, un colgante que es el último recuerdo de un joven de su madre fallecida) — tengan que vérselas con un tipo de espectador no muy dispuesto de dejarse llevar, y parezcan destinadas a no encontrar su público, a ser minusvaloradas.
Al menos su existencia sirve como pequeño recordatorio de que la función del cine no es, o no debería de ser, exclusivamente la de ser un pasatiempos ruidoso y descerebrado en los casos del “cine de entretenimiento” o un cruel y certero reflejo de nuestra amarga realidad y de lo miserable de nuestra naturaleza en el caso del “cine serio” —algo de lo cual directores como Spielberg tampoco tienen ningún tapujo en hablar, como ya ha demostrado con `Munich´ o `La Guerra de los Mundos´—, sino que muchas veces tiene la capacidad de ser una ventana a otra realidad que nos devuelve la capacidad perdida de soñar. Películas que reflejan con una efectividad emotiva pasmosa una realidad soñada, en la que el final feliz no es algo regalado sino fruto de esfuerzo y mucho dolor, incluso muchas veces es una felicidad amarga debido precisamente a todo lo sacrificado por el camino. Esa son, como decía Sam (Sean Astin) en su conmovedor discurso de `Las Dos Torres´ (Peter Jackson, 2002), las historias que logran llegarle a uno al corazón, relatos que nos hacen creernos mejores de lo que en realidad somos ni nunca seremos, pero que nos impulsan al menos a seguir intentándolo porque ese intento no está exento de significado y de valor.
No me
gustaría que ese tipo de “sentimentalismo” como el que impera en esa fantástica
secuencia —Jackson, otro de los directores más orgullosamente sentimentales que
existen—, quedara por completo desterrado de las producciones de
entretenimiento, reduciéndose cada vez más al disfrute meramente superficial, con
aburridas sucesiones de explosiones y despilfarro de efectos digitales —la
formula impuesta por la taquillera `Transformers´—,
mientras que se olvidan de dotar a la historia de algo mucho más importante: de
corazón, o lo que es lo mismo, de sentimiento.
Esa es la verdadera pieza vital en una película, ya sea de amor, acción o
aventuras. Mas que síntoma de blandenguería, yo afirmo que la sentimentalidad bien llevada es capaz de dotar de fuerza y carácter a una historia, hacer que realmente merezca la pena.
Y es
que a mí lo que menos me importa es que me cuenten que la vida es una mierda,
que los vampiros brillan a la luz del sol, que un barco en el que iban dos
tortolitos se hundió en 1912, que dos señores muy bajitos tuvieron que hacer
una caminata de la leche para destruir un anillo, que una familia se fue a
vivir a un zoo y les fue estupendamente, que un chaval y su caballo se
separaron durante la I. Guerra Mundial o que un extraterrestre se fugó tras
descarrilar un tren y la lió gorda en un pequeño pueblo en la época de los 80. Todo
eso me importa más bien poco, lo que verdaderamente
me importa en este tipo de películas es el viaje EMOCIONAL, o sea, que estén emocionalmente bien contadas, que sean emocionalmente creíbles, que me lleguen. Quizá es que en el fondo soy un sentimental…
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